viernes, 10 de diciembre de 2021

HERMOSO CAOS

Desperté en mi cuarto oscuro, con bastante flojera alcancé el despertador y ya era hora de levantarse, un día más…

Levanté la persiana y el Sol aclaró todo en el cuarto, arreglé todo y me metí al baño, haciendo mis protocolos antes de entrar, cambiarme de sandalias coger la toalla correspondiente al día, secar el cepillo y ponerlo en su vaso cerca a los utensilios de limpieza personal, limpié el espejo del baño y por fin entré a la ducha.

Mientras tomaba un café caliente, podía faltar todo (hasta mis pastillas, pensé) pero un café caliente no, jamás.

Rusia cierra fronteras, España e Italia presenta problemas en sus servicios sanitarios, colapsan las redes de salud a nivel mundial (un afligido corresponsal con mascarillas trasmitía la noticia)...

Miré de reojo la tele y sólo atiné a pensar que sería un día más, aguantar a la gente del trabajo y sus cosas, que tedio… Cogí mi mochila y salí al vuelo, cogería la primera combi que me lleve cerca al trabajo, no importa intentaría caminar en medio de tanta gente (aún con cierto miedo, uno de esos tantos que me acompañaban)

En el paradero, había mucha gente y no sabía para dónde ir, es complicado en mi condición estar cerca a tanta gente, desde ya era complicado estar en un espacio abierto (eso que tenía, era muy complicado de describir). Adelanté el paso y me subí al primer taxi que sobreparó cuando en un arranque levanté el brazo.

Mientras avanzaba el auto, veía gente caminar que iba y venía, se me arremolinaban a la mente muchas preguntas: ¿a dónde van? ¿cuál es su prisa? ¿es necesario amontonarse? No sé tantas cosas se me venían a la mente, que traté de pensar en otras cosas.

Llegué al trabajo, saludé como siempre y de pronto me asaltó una pregunta: ¿qué pasaría si esa enfermedad llegará a Perú? Me di cuenta que estaban hablándome y me decían que teníamos una reunión, me apresuré ir al baño a lavarme las manos y regresé, cogí mi cuaderno de apuntes y un lápiz, me fui a la sala de reuniones, una reunión más… ¡Que tedio!

La bendita reunión tomó más tiempo de lo necesario y entré en cuenta sólo cuando mi reloj dio las 12 del mediodía (tenía que tomar una de las tantas pastillas para el tratamiento), fui a lavarme las manos mientras me secaba con el papel toalla, seguía en mi mente la pregunta de hace un rato: ¿Qué pasaría si esa enfermedad llegará al Perú?

Fui a mi escritorio, seguía avanzando lo que me habían solicitado días atrás, de pronto sonó mi celular… Era ella, la única persona que me podía entender en todo mi laberinto. Sonaba a la vez un mensaje, era mi madre que aún con sus dolencias y en tratamiento buscaba comunicarse conmigo, un mensaje más, mis hermanas contrariadas por el carácter de mi madre, complicado día, lo sabía.

Cogí el celular y fui corriendo al baño para poder hablar, ubiqué el ultimo baño y me encerré allí. Devolví la llamada y su sola voz, me aquietaba, me aletargaba, ¿me entienden no? Algo así como cuando esperas esa llamada, la llamada.

Quería que nos viéramos, al parecer llegaba de viaje y deseaba que tomáramos un café, acepte sin más. Al fin y al cabo, esperaba mucho tiempo volver a verla y tal vez decirle todo eso que nunca le pude decir cuando estuvimos cerca, en aquel trabajo de cuando la miraba sin que se diera cuenta, de a ratos, de módulo a módulo, casi en una actitud de adolescente enamorado y tímido. Conté las horas para verla.

Las horas avanzaron las horas más rápido que en la mañana, terminó mi día – pensé – apagué el ordenador y cogí mi mochila, fui al baño a lavarme las manos y salir, como nunca me puse el perfume que siempre llevaba en la mochila y que pensé en algún momento echarme para esa ocasión especial, esa ocasión había llegado.

Apuré paso, me despedí de todos – siempre con el gesto de adiós con la mano – sin acercarme a nadie, me fui. Salí apurado y busqué un taxi, me fastidiaba que la gente me rozará, buscaba no tocarlas y encontré una salida, mirando hacia el piso me di cuenta que había algunas losetas que tenían colores y busqué pisarlas y comencé a seguir el patrón casi al salto (como siempre algunas personas, me miraban como loco y como siempre también, no me importaba)

Llegué a la esquina y tomé el taxi, indicándole al señor taxista hacia dónde ir, parecía buena gente y apuró el paso, me agradó. Mientras miraba por la ventana y si, odiaba el gentío, no entendía ni entenderé nunca porque el apremio de tanta gente, de estar junta y algunas caminando sin sentido alguno.

Llegué al lugar indicado, me fui a la cafetería de siempre, pedí un café y a esperar, apuré el paso para ir al baño a lavarme las manos (yo y mis tonterías, me dije) al regreso, me senté y le eché 4 cucharaditas de azúcar colmadas – como siempre – al café negro y de buen olor, levanté la mirada y estaba ella, entrando por la puerta y si, era como lo había soñado hasta ese momento.

Me paré en sobresalto y ella se acercó, me dio un abrazo de esos que tanta falta me hacían, nos sentamos y empezó la charla que no quería que terminará, preguntas van y vienen, miradas cómplices, me hicieron recordar en algún momento esas charlas timidonas que teníamos en las escaleras, los ascensores o camino al paradero en nuestro antiguo trabajo. Fue lindo recordar, fue como volver a enamorarme de ella, si pues andaba enamorado y no podía decirlo, tenía miedo.

Muchos países declaran cierre de fronteras en las 24 horas. La enfermedad esa se acercaba, de rato en rato, miraba de reojo el televisor en la cafetería y me perdía en la pregunta que rondaba mi cabeza todo el bendito día. Pero bueno, allí estaba ella y eso era suficiente.

Se hizo tarde y teníamos que irnos, pedimos a cuenta, apresuré a invitar y cancelé la misma. Salimos del lugar, siempre buscando no tocar a la gente y busqué pegarme a ella, buscaba protección. Al parecer ella entendió otra cosa y me cogió la mano, adoré eso, aunque no fue mi intención, me preocupé de haberme lavado la mano, fuimos al paradero y cogió su taxi, se fue.

Al día siguiente hice lo mismo que el día anterior y lo de siempre, cambiar sandalias antes de entrar al baño, conectar mi celu, abrir ventana, en fin. Todo aquello que religiosamente hacía por las mañanas, antes de ducharme; salí prendí la tele y cogí mi taza para servirme un café, el único olor que por las mañanas podía ayudarme a poner una sonrisa en la cara, de pronto casi en baldazo de agua fría se anuncia el primer caso registrado de esa enfermedad en nuestro país, con posible toque de queda y otras indicaciones para el tránsito de personas. Sentí aflicción (y mis pastillas, me pregunté), me cambié y salí al trabajo, como siempre.

Llegué al trabajo, fui al baño como siempre a lavarme las manos y saludé a todos con el ademán de todos los días, las noticias daban nuevos acontecimientos, más países cerraban fronteras, se fue dando un caos en el mundo, no había como hacerle frente a tamaña situación, una enfermedad poco conocida pero no reciente, que despertaba como un verdadero fenómeno, casi como un ventarrón que no respeta nada y se lleva todo a su paso. Que terrible.

La gente entraba y salía del trabajo, en un descuido entré al baño y llame a casa, pregunté cómo estaban al menos escucharlos calmaría mi cuadro ansioso que estaba por despertar, hablé con casi todos, estaban bien. Pensé en ella, llamé para saber cómo estaba, no respondía, sonaba ocupado, que rayos pasaba, porque no responde – pensé- insistí y me respondió, me dijo que quería verme en la tarde, en el lugar de siempre.

El día pasó tan rápido, entre noticias malas y cada vez peores ante lo acontecido en todo el mundo, sonaba hasta apocalíptico todo, gente muriendo, países con sistemas de salud colapsando, todo era terrible. Fui a dar encuentro a quien me preocupaba y quizá no era en vano. Llegué a la cafetería, me fui a lavar las manos, me tomé la pastilla que no había tomado al mediodía y salí a esperar, la vi llegar con una gran mochila y un bolso extra, no entendía.

Nos saludamos y me dijo que quería preguntarme algo, me asustó; pero quería saber que era, así que… Ella apresuró a decírmelo: ¿Puedo quedarme contigo? – me quedé en blanco. Al fondo, en la tele se escuchaba que todo iba a cerrar, habría toque de queda (no me era familiar el término desde los 80’s) mi cabeza voló, me desdoblé y sólo atiné a pensar: ¿Qué caos, se nos viene?

Me cogió la mano y me volvió a preguntar lo mismo, reaccioné y le dije que no había problema – en realidad, ahí empezaba el problema – pensé que sería lo máximo eso, cancelé la cuenta y fuimos a casa.

Ese día al llegar, para ella mi casa era un lugar raro, extraño decía ella siempre, por el orden que había, pero lo comprendía; porque en algún momento se lo había explicado. Soy una persona con Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) tengo una serie de signos o síntomas vinculados a la obsesión: como lavarme las manos, tener un cierto orden en todo, cerrar la puerta y volver a tocar la perilla para ver si está cerrada, no rozarme con la gente y un sinfín de cosas más.

Le indiqué que podía tomar mi cama y que yo me dormiría en el sillón de la sala, lo que aceptó sin mayor preocupación, le facilite algunas cosas, como indicar dónde están las cosas, dónde debía poner sus cosas, entre otras tantas indicaciones más que le di, por dentro no cabía en mí mismo, por tenerla allí.

Preparé algo para la cena, mientras ella se duchaba, prendí la tele y comencé a buscar las noticias que tenían que ver con lo que vimos en la cafetería… Salió de la ducha con los pies descalzos y no entendía por qué habiéndole entregado unas sandalias, con el cabello mojado y solo una toalla cubriéndola, algo colapsó en mi cerebro; pero no quise hacer de ello un problema, la invité a sentarse en la mesa, lo cual hizo levantando la pierna sobre la silla, casi recogiéndola hacia un lado y yo me senté al extremo, manteniendo la pulcritud de mi espacio.

Cenamos viendo la tele y las cosas se fueron poniendo peores, le dije que era suficiente por hoy y que teníamos que descansar… Ella se fue a dormir, hice lo propio.

Al día siguiente, sentí de golpe los rayos de Sol en mi cara, era ella que se había levantado más temprano que yo y puso música a volumen alto, me levanté un poco aturdido mirándola extrañado, fui al baño hacer mi protocolo de todos los días. Al regreso, vi una mesa acomodada con un rico desayuno, además del café que siempre me acompañaba en mis mañanas amargas.

Me senté mirándola de reojo y algo extrañado también, le dije que prendiera la tele y nos asaltó una de las noticias que marcaría el inicio de la enfermedad en nuestra realidad y lo que también nos marcaría de alguna manera a nosotros en una convivencia. Se declara en Estado de Emergencia al país, con toque de queda en ciertos horarios y avisos para que la gente tome sus previsiones – nos miramos y no supimos que decir – seguimos tomando desayuno.

Terminamos de tomar desayuno y ella con voz entrecortada dijo algo: podría quedarme contigo, no puedo regresar a casa… Yo no sabía que decir, pensé que era solo por un día, o sea si me encantaba a idea de pasar más tiempo con ella, pero no en esas condiciones. Un poco en duda y algo alegre, mas no esperanzado decidí darle la posibilidad de quedarse. Ella acepto sonriente.

Ese día pasó de las mil maravillas, claro me preocupaba el desorden que iba dejando a cada paso, las cosas fuera de lugar, andaba sin sandalias en la casa sólo en medias, con pijamas de colores y dibujos por todos lados y no es que yo fuera monocromático, pero fuera de mis pijamas con colores negros, grises o azules, digamos que no tenía tanta variedad.

Un día despertó tan temprano, quería hacer sus ejercicios de yoga, yo hacía años que no sabía que era despertarme tan temprano, peor aún con el desorden del sueño por mis cuadros de ansiedad y las tantas noches de insomnio, a veces no entendía cómo podía soportar la oficina, caótica, desordenada, bulliciosa, con tanta gente rondando y preguntando. Un lugar enfermizo para mí.

O como otra vez que dejó sus medias tiradas en el pasadizo, con parte de sus interiores y su caminar en pies descalzos por toda la casa, me traía recuerdos de mis días de infante y los “no te muevas” después de secarme el cuerpo, mientras mi madre iba por mi ropa.

El cocinar de ella, era un desastre, no por lo delicioso que podría tener su sazón sino por el caos que proponía en cada incursión en la cocina, lo ensuciaba todo, hasta para cortar un limón ensuciaba todo, a veces sentía que hacía doble trabajar limpiar una y otra vez, era como ir detrás de un niño con el trapo en la mano, pero esa frescura en hacer las cosas, su caminar desgarbado, sus pies sonando en el piso, sus polos y truzas sin más, era su sello. Era ella.

A veces me sentaba en la ventana y extrañaba mis días de soledad, mis pastillas se iban acabando y no podía salir por ellas, las citas médicas se hacían por videollamadas, la vida proponía una nueva forma de existir, que si bien afirmaba mi existencia aislada de todo y mi lejanía con la gente, no me había dado cuenta hasta entonces que mi vida por ratos era vacía, dependiente de pastillas, aislada de todo (irónico viniendo de alguien que era un profesional en el manejo de grupos poblacionales), mis pastillas se iban acabando y me daba terror salir. Me enfermaba de sólo pensarlo.

Mi ventana me traía recuerdos, a veces llamaba a casa para saber cómo estaban por ahí, mis hermanas más tarde que temprano extrañaban mi presencia, mi madre preguntaba en su lucidez cómo estaba su hijito, en fin, complicado siempre ser el menor de todos, el mimado, el aislado, el extraño. Pero tenía la misma fiesta en casa, ella era toda una comparsa en su caminar, pies descalzos sonando, su aroma, su cabello recogido y enfundada en su armadura de a diario, me encantaba, me estresaba.

Ser ordenado por un tema de desorden emocional es complicado, debía repetir siempre las reglas de cómo dejar tal o cual cosa, como limpiar y desechar las cosas, como preparar las cosas y el orden en que debieran ir en la mesa para tomar un alimento, pero ella en su revolución, me discutía con palabras dulces diciendo que no todo debe tener un orden, que sonría que me haría viejo de tanto renegar. A lo mejor, en la soledad me hice viejo y no lo sabía.

Nuestro lugar neutro era el sillón, sentarnos frente a la tele, empezábamos viendo noticias (nada alentadoras, por cierto) hasta cambiar para ver un documental y ella terminaba decidiendo ver películas de comedia románticas (gringadas que no eran de mi agrado) pero ella ganaba, tenía – literal – el control remoto y demás.

Incluso cuando dormíamos tenía una cama tan grande para mí solo que reservaba el lugar más pegado al filo de la misma, ella no. Era como un zombie moviéndose aletargado toda la noche, pateando, hablando, murmurando, era terrible en mis noches de insomnio, de manera que a veces, me levantaba sin hacer bulla y me sentaba en un sillón que tenía en el cuarto y veía todo un espectáculo, durmiendo. Me aquietaba verla dormir, aun así.

Los días iban pasando, sentía que se hacía imprescindible en mi vida, los toques de queda acompañaban, miraba por la ventana… Ella vivía en su mundo, música, libros van y vienen, recetas de cocina en internet y comida mal hecha, pero eso era ella, un remolino de cosas y emociones y yo… Yo pues, así con mi TOC y mis protocolos (mis pastillas iban escaseando)

Yendo siempre detrás de ella, buscando arreglar lo que dejaba, las cosas de higiene personal regadas por el lavatorio, las sandalias fuera de lugar, los calzados por todos lados, el control remoto de la tele fuera de su sitio, ella de por si era un caos y yo estaba a punto de colapsar.

Para tranquilizarme buscaba mirar por la ventana y ver a la gente protegida con mascarillas caminando por las calles, como siempre yendo y viniendo, por la tardes con una soledad que nunca había visto en las calles, sólo el silencio y la ligereza de algunos perros y gatos haciendo bulla a lo lejos, mientras ella buscaba ser esa compañía que de pronto, me sacaba de quicio en su desorden… Haciendo la cena o el desayuno, lo que fuera dejando las cosas tiradas o arrumadas en el lavatorio, me iba colmando.

Mi familia me llamaba constantemente para saber cómo estaba, había decidido hacía mucho vivir fuera de ellos, para que no tuvieran que lidiar con mis miedos o mis taras, no quería colmar a alguien con mis cosas... Ellas siempre tenía algo que contar sobre mi madre, que su comportamiento, que su reacción o que su inacción frente a las indicaciones, en fin; muchos conflictos ahí, en mi espacio y en mi cabeza, no me permitían pensar o razonar.

En el trabajo, decidieron que las cosas se harían desde casa y en algunos casos decidieron despedir gente, me dieron trabajo por un tiempo más…

Ella ni enterada, vivía en su mundo, se dedicaba a dar lecciones de vida me decía tenía un blog a través del cual monetizaba al menos no tenía preocupación de dinero, mi única forma de escapar era mirar a través de mi ventana, por las mañanas, por las tardes o por las noches…

Hasta que llegó el día de furia, un día de esos que siempre tenía miedo, había acumulado muchas cosas en este tiempo, miedos por mis dolencias o manías, fracasos por mi despido y temores de reaccionar mal ante la ligereza que veía en ella, estando a mi lado… Aunque en algún momento, me invitó a dormir con ella, pero nunca la toqué creo que la había idealizado tanto que con sólo tenerla a lado era feliz o eso pensaba.

Pero llegó ese día… Un día que después califiqué como el peor en mi vida, levanté mal, no tenía algunas pastillas de mi tratamiento, comencé a sufrir insomnio y cuadros de ansiedad, desperté por mi lado izquierdo – siempre dicen, el de malas – sólo dije “buenos días” y fui al baño a empezar mi protocolo de siempre, al entrar noté desorden en el baño: piso mojado, grifería con cabellos largos, toallas húmedas en el perchero, en fin... Exploté. Salí del baño con la bronca única de quién sufre de TOC ante tal caos y grité, no recuerdo ni que dije, sólo hablé y hablé, ella me miró sin mediar palabra alguna se metió al cuarto y no salió en todo el día. Yo más que molesto, decidí hacer lo mismo, limpié hice mi día y eso fue todo, me senté frente a la ventana a ver el día y sin darme cuenta, había llegado la noche.

Me paré a preparar algo, preparé una vianda y fui al cuarto, toqué la puerta suavemente, no hubo ninguna respuesta, sólo dejé la vianda allí a los pies de la puerta y me fui a descansar.

Al día siguiente no vi la hora, sólo noté que no había bulla desperté y acerqué mi celular, lo prendí para ver la hora, ya era como el mediodía. Me levanté en sobresalto y fui al cuarto, estaba entreabierto y la vianda sobre una mesa que usaba como escritorio, ella no estaba y sobre la vianda había una nota: Gracias por todo, pero ya es hora de irme…

Me sentí acongojado, no sabía qué hacer, fui a ducharme con los protocolos de siempre, arreglé las cosas que había tiradas, tomé el café amargo de siempre – se sintió más amargo aún – prendí la tele, no sé cuánto tiempo había pasado, sólo decían que las personas podían salir de casa tomando sus precauciones, me puse a pensar porque se había ido, tonto.

Jalé mi taza de café y una pequeña silla hacia la ventana, como siempre la gente que iba y venía sin sentido – al menos para mí – miré el cielo con un Sol brillante y me trajo muchos recuerdos, sus pies descalzos y el sonido al correr o bailar en la casa, su forma de tomar el té – ella no tomaba café – su forma de disfrutar la comida, su manera de sonreír, su mirada por las mañanas cuando yo despertaba, sus manos en mis ojos antes de presentarme sus platos de comida, tantas cosas.

No me había dado cuenta, que siendo la única persona que me había aguantado mis manías, defectos y demás taras, fue la única que había decidido aceptarme así nomás, con mis imperfecciones y yo no había sido capaz de aceptarla con las suyas.

Dejé la taza de café aún humeante y dulcete como siempre, me cambié, me puse mi mascarilla y decidí salir por ella, por ese hermoso caos...